“Prêt-à-porter: Que está confeccionado en serie según unas medidas o tallas predeterminadas que se acomodan a un gran número de personas”.

Esta definición del Diccionario de Oxford contiene mucho más que palabras: encierra una definición de vida, una concepción de cómo debía ser la moda para todas las personas después de la Segunda Guerra Mundial. Y fue el gran sello distintivo del modisto francés de origen italiano Pierre Cardin, quien lo popularizó en los años 50.

El creador falleció ayer a los 98 años en el hospital americano de Neuilly, en las afueras de París. Su carrera se caracterizó por confeccionar prendas realistas, que cualquier persona podía usar, con lo que construyó un emporio comercial de proyección mundial. Pero no sólo fue un diseñador: en su figura caben las identidades de artista, hombre de negocios de un olfato increíble, diplomático y productor teatral. Hasta llegó a diseñar interiores de los automóviles AMC Javelin, a principios de los 70; tuvo restaurantes y hoteles como la cadena Maxim’s y coleccionó caricaturas de la Belle Epoque.

“Es un día de gran tristeza para toda nuestra familia, Pierre Cardin ya no está. El gran diseñador de moda que fue, atravesó el siglo, dejando a Francia y al mundo un legado artístico único en el mundo, pero no sólo”, escribieron sus familiares en un comunicado. “Estamos orgullosos de su tenaz ambición y de la audacia que demostró a lo largo de su vida. Hombre moderno con múltiples talentos y una energía inagotable, se involucró muy pronto en los flujos de la globalización de bienes y el comercio”, agregó el texto de despedida.

El perfil de pionero calaba a la perfección en sus apuestas, algunas arriesgadas como cuando consiguió un espacio en un gran almacén y logró que los hombres poblaran la pasarela; en sus combinaciones estéticas entre la moda y la ciencia (son icónicos sus modelos de corte espacial futurista de la década del 60, de la colección “Cosmocorps”) o la definición y desarrollo de lo unisex.

También adoptó un sistema de franquicias a gran escala que le aseguraba una difusión en todo el mundo, con lo que logró estampar su nombre en productos tan variados como corbatas, cigarrillos, perfumes o agua mineral. A poco de empezar sus negocios en una Francia destruida, expandió sus negocios a Asia, donde tenía una gran reputación: viajó desde 1957 a Japón, entonces en plena reconstrucción, y organizó desfiles en China desde 1979.

Su descaro y sus provocaciones le causaron algunos problemas: en 1959 rompió con la tradición de la alta costura parisina al presentar una colección para las grandes tiendas Primtems, lo que era inadmisible porque se alejaba del espacio reservado a una clientela selecto que cohabitaba con otros diseñadores. La Cámara de la Moda lo echó como miembro, pero con el tiempo lo terminó reincorporando con honores.

“Fue un revolucionario, el hombre que abrió muchos caminos en el mundo de la moda, entre ellos lo que fue el concepto de marca”, resaltó la socióloga y autora del libro “La moda en la Argentina”, Susana Saulquin, en una entrevista de hace tres años con la agencia Télam.

La experta recordó que en los años 50 la moda era “aristocratizante y Cardin llegó para patear el tablero”. “Él siempre estuvo orientado a las marcas, a la gente joven. Se propuso sacar la moda de la alta costura y lo logró”, enfatizó.

Del Véneto a París

Los aportes que realizó en el campo de la ropa le valieron “la consagración suprema: fue finalmente el primer modisto en entrar en la Academia de Bellas Artes, haciendo que la moda sea reconocida como un arte de pleno derecho”, recordaron sus familiares, terreno al que le dedicó más de siete décadas.

Pietro Cardin nació en San Biagio di Callata, en la región del Véneto, el 2 de julio de 1922, donde estudió arquitectura. Luego se trasladó a París y se sumó al equipo de Jeanne Paquin (considerada la predecesora de Coco Chanel), quien se destacó en la atención individual de la clientela, los desfiles con música concebidos como un espectáculo, vestir a las jóvenes actrices con sus diseños para difundir nuevas colecciones, organizar giras internacionales y abrir locales en el exterior, uno de ellos en el microcentro de Buenos Aires (Florida al 900).

De allí pasaría al estudio de Elsa Chiaparelli, una de las diseñadores más extravagantes que trabajó con Salvador Dalí, y después emigraría a Dior, donde ayudó a desarrollar el “New Look” que cambiaría para siempre la moda a mediados del siglo XX. Con 28 años abrió su propia marca en 1950, con la que dejó sellos indelebles en el campo de la vestimenta que le valieron, incluso, exposiciones en museos.

“Yo no paro, soy como un pintor o un escritor. Tengo la necesidad de expresarme”, declaró hace años. A esa altura ya había recibido tres Dédalos de Oro, la máxima distinción entre los modistos.

Ayer se despidió a un revolucionario que le dio a la sociedad lo que pedía en el momento en que lo necesitaba: cambios y libertad a través de proyectos que fueron mucho más allá del campo de la moda y que siempre estuvieron a la vanguardia.